25.6.06
Aznar ha optado por la cartera desdeñando la bandera
José María Aznar, patriota por antonomasia, ha preferido ser consejero del magnate Rupert Murdoch a seguir siendo consejero del Estado español. Su opción ha sido legítima, aunque torpemente precipitada. Aznar ha salido del Consejo de Estado por la puerta de atrás. Lo hizo cuando el presidente de la institución, Rubio Llorente, se vio obligado a indicarle al ex presidente del Gobierno que aconsejar a Murdoch era incompatible con su pertenencia al Consejo de Estado.
Se fue de la Moncloa con más pena que gloria y ahora se va de la misma forma del Consejo de Estado. Un ex jefe de Gobierno ha de recorrer este tipo de trámites con la mayor pulcritud y elegancia posibles. Una vez recibida la oferta de Murdoch, Aznar debió examinar el régimen de incompatibilidades existente, presentar formalmente la dimisión de su cargo en el referido Consejo y más tarde aceptar su incorporación al Grupo News Corporation.
Ni disculpasAlgunos aducirán que el problema es menor, simplemente una cuestión de procedimiento o, si se quiere, de carácter administrativo. Pero no es así. Primero, en Londres tomó de hecho posesión de su consejería murdochiana y horas más tarde hizo público el nombramiento. Durante un par de días, al menos, Aznar vulneró la normativa del Consejo de Estado. Por otra parte, y siguiendo su costumbre inveterada, ni tan sólo ha pedido disculpas por tanta prisa y tan escaso decoro protocolario.
Su cacareado amor a España se desmorona y lo cierto es que Aznar ha optado por la cartera desdeñando la bandera. La bandera, bien grande, ordenó colocarla él en la plaza de Colón, en Madrid. Pero ahora su cartera se engrandecerá mucho más, gracias al amigo Murdoch. Conste que a priori nada hay criticable en esta decisión. Pero tratándose de Aznar no se debe olvidar su tan cacareado amor a España y su propósito de velar -desde el Consejo de Estado- por salvaguardar la unidad de la patria, a la cual amenazan según el PP el Estatut y el proceso de paz en Euskadi. O, como reiteran los voceros de la derecha, la humillante claudicación frente a ETA de Rodríguez Zapatero.
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